por: Ana María Rojas Molina*
Al hablar sobre el ultimate femenino, es inevitable pensar en dos factores: por un lado está el sentimiento que nos despierta éste deporte a todos aquellos que lo practicamos, que es básicamente la razón mas importante de porqué lo hacemos, y por el otro está el reto que representa para nosotras las mujeres competir en este mundo que a veces puede resultar un poco machista.
El ultimate siempre ha significado para mí, un reto personal y grupal, que nos exige llegar más allá de los límites humanos, tanto en destreza individual como en la actitud que se debe ir adquiriendo a medida que se gana experiencia.
Pero hablando de destreza individual, es bien sabido por todos que los hombres tienen unas capacidades naturales que superan a las de las mujeres: velocidad, resistencia, agilidad, en fin….son pocas las que pueden ser parte de un equipo masculino y no ser consideradas un “hueco”.
La verdad a mi no me molesta que nuestro juego no cause tanta sensación como el de “ellos”, porque nostras SIEMPRE nos sorprendemos cada vez que una del equipo hace algo sorprendente, cada vez que vuela, cada pase espectacular, una defensa imposible, celebramos todo tipo de logro que alguna alcanza, precisamente porque somos conscientes que llegar hasta ese punto requiere una gran cantidad de talento y trabajo.
Una de las experiencias más gratificantes que he vivido, fue el mundial de Vancouver, porque para empezar nadie daba un peso por nosotras (las jr.) y para la sorpresa de todos, empezamos el torneo arrasando con Estados Unidos y Canadá, cosa que hasta nosotras mismas veíamos imposible.
Desde ahí me di cuenta que no tenemos nada que envidiarle a los hombres, tenemos un proceso diferente y a pesar de que a veces reciban una premiación mejor en los torneos o les toque jugar en la mejor cancha, el ultimate femenino está cogiendo cada vez mas fuerza y seguiremos sorprendiendo como lo hizo Bamboo en diciembre del año pasado.
en los pasados mundiales, juega en el equipo Mate
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